Entre el capote y yo
En un toro lo que más se busca y más se castiga es la bravura. Un toro debe de ser todo un icono fuerte y listo, para morir.
Soy un toro. Que buscando el arte de vivir, sólo encontré capotazos.
Sabiendo que para hacer una buena faena se tiene que entregar todo. Y todo es todo. Para poder pasar de animal a leyenda. Para que las historias sean las que trascienda.
Y asi es que sólo cuando das todo es cuando se siente la vida. El color, la fuerza, el recorrido, el movimiento. Recorrer el ruedo, una y otra vez. Por primera y última vez. Tanto en el ruedo, como en el amor. Se da todo; o no se llama ruedo, o no se llama amor.
El picador fui yo sola conmigo misma. Desangrandome y debilitando por ti mientras esta ese dolor en el puyazo. Demostrando casta, que si te lleva a la vida en ese momento, pero indudablemente, es el principio del fin. De una muerte anunciada. Premeditada, estudiada, ensayada, entrenada, dolorosamente inevitable. Así fue enamorarme de ti.
Sintiendo en cada par de banderillas y el dolor que me enganchaba a seguir buscando mi bravura, de demostrarte que podía, mientras tanto me moria. Ahora llevo puesto tengo colores que no puedo ver, pero que me adornan. Etiquetas que no me pertenecen y ahora me definen.
Y entre más peleas, más te cansas. Entre más demuestras ser, más te desangras, menos fuerza tienes, menos eres tú y el indulto ha quedada olvidado. Siempre pensé que sería suficiente, pero no lo fue así. Para ti nadie lo es.
La teoría dice que aquel puyazo con el que se inicia la faena es para que es para que no se paralice el corazón. Ese mismo corazón que estará partido y sólo es cuestión de tiempo, que una espada lo atraviese por mitad. Esa es la espada de tu indiferencia. Asi puede llegar a doler el amor cuando es unilateral.
El amor que yo te tuve, fue mi estocada final.
Mi divisa; fue mi casta, mi educación y mi prudencia. Mi silencio, mi condena.
Son escasos minutos donde la vida y la muerte bailan con los pies en la arena. Sólo luchaba para poderte enamorar. A ver si lograba hacerte ver que estabamos hechos para sentir, para vivir. Ya lo de amar… no es siquiera posibilidad.
La gente desde los burladeros jamás entiende nada. Hablan con un tinto entre sus manos. Con la nula idea de lo que es jugarse la vida por llegar a conectar. Por llegar a sentir, por llegar a vivir. Un tinto que anestesia la realidad.
Ese maldito capote. Fueron tus historias y tus mensajes. Asi me citabas. Con seguridad, entre inocencia y bravura a ver quien ganaba más. Pero solo ganó tu ego y tu seguridad. Tu arte de citar con la muleta que engaña, que engancha, que cita y que con mano larga logras enamorar, para después no matar, si no dejar morir.
Esa valentia disfrazada de traje de luces, no es más que una cobardia anunciada. Esa cobardia de no poder dar la cara cuando tus silencios destrozan y distorcionan la realidad.
Como quisiera hacer este arte eterno entre el capote y yo. Cuando la muerte se hace parte de la vida. Cuando mata y asfixia lo que no puede más.
Cómo quisiera que ese juego de tenerte cerca fuera eterno. Aunque ahora conozco la amenaza de los pies en la arena que se mueven con sigilio, que se meten en el alma, que enamoran y que se esfuman. Haciendo de la faena un maldito mareo. Un desdibujarlo todo como si fuera viento, el alma se va en un aliento.
La estocada entró a matar. Tu mirada entró a matar. A desahacer mi universo, a engancharme con tu mundo, con tus ojos, con tus pasos, con tu voz.
Arrastre lento el de estos años…. Dónde no pasa nada, sólo el tiempo.
Cortar oreja y rabo para tu gloria y valentía. Cortar sueños e ilusión es la cosa mia.
Entre la vida y la muerte se juega esto del amor. Yo te doy todo y a ti te llevan en hombros. Asi de cruel y absurdo fue la faena.
Así de necesaria y legendaria que me sigue dando escuela.
Pero, ni yo te alcanzo, ni tú me citas. Y yo me muero.
Entre el capote y yo.