Cicatrizar

La capacidad de sentir del corazón, es proporcional a la capacidad de amar que tuvo.

 

Hay heridas que son tan profundas, que son invisibles. Son las que te obligan a respirar en silencio. Cómo si el aire que inhalaras pudiera llevar un poquito de medicina a ese enorme vacío. Un vacío tan profundo que de pensarlo, puede dar vertigo.

 El pobre corazón parece que carece de razón y de matemáticas. Solo sabe dar, sumar, entregar. No sabe de cuentas. Ni de plazos, ni entiende de equilibrio. El pobrecito sólo va y se entrega, y ya en el camino, cuando la avenida donde circulas, se vuelve calle, y luego callejón sin salida, es cuando es demasiado tarde para dejar de sentir y entonces se destroza y se pulveriza.

 Quedan esas heridas donde aún, en el recuerdo sigue amando, con lo poco que le queda. El pobre corazón acuchillado no puede morir. Tiene todavía la responsabilidad de darle vida a lo demás. Así es que no puede descansar. Le queda agarrar fuerza de lo que se pueda para poder sanar y cicatrizar.

 Las sonrisas son como los curitas que ocultan la herida de fondo. No es que deje de doler, es que se deja de ver. Pero para cicatrizar esas heridas profundas e invisibles  se necesita mucho.

 Mucho amor propio y de los tuyos. Muchas letras, escritas, habladas, lloradas y reidas. Muchas lágrimas y horas de escucha, que generalmente, entre más te quieren, más te escuchan.

Se necesitan golpes en la mesa, y letreros gigantescos que te advierten de cuando te vas a desbarrancar, y un amigo te dice, ¡No! Así no. O simplemente poner un alto para no enrollarte más.

 Se necesita estar cerquita de Dios. Estar donde más fácil lo puedas encontrar. En los niños, en las miradas, en las olas, en las faldas de lunares, en los olanes de las mismas. En las cuevas flamencas, en los jaleos que hacen brillar a alguien más. En el “que bonito” que alguien dice y otro lo reconoce. En el tiempo y contratiempo. En donde todo encaja perfecto. En las palmas que se dan solas y se contagian.

En los consejos no pedidos pero que no se olvidan. En las risas de las banquetas.

Dios también está en el arte. En las iglesias que al voltear pa´ arriba, te recuerda que te cuida desde arriba, y que desde arriba todo se ve más pequeño. También tus problemas, también las heridas.

Para cicatrizar se necesita caminar muchos kilómetros, a veces sabiendo para dónde ir y muchas otras sólo caminar es lo que sana. El destino es el paseo. La música de la guitarra de aquel callejón, los árboles, las fuentes y los pájaros que vuelan entre ellos.

Calor de gente y calor de verano. Calor en las palabras de los tuyos. Calor de afuera a dentro y que se vaya pegando poquito a poco el corazón. Y muchas canciones. Aprenderlas hasta que te pertenezcan.

Se necesita mucho de ti. Se necesita tiempo, esperanza, paciencia. Confianza, en saber que nada podrá jamás romper tu destino. Tú eres tu camino.

Se necesita saber perder, aprender a perder, a olvidar, a editar las historias de la mente. Y sólo así es cuando posiblemente puedas ganar. Saber soltar, saber que tu historia… es sólo una más. Se necesita humildad. Y reconocerte como aprendiz de esta vida.

Que nada ni nadie pasa por encima de nada. Que el tiempo es perfecto. Que la verdad es una. Que esos curitas y sonrisas que tapan heridas hay que aprender a  ventilar y quitarlas con verdad. Para poder realmente sanar desde dentro, desde el perdón, la aceptación y la gratitud.

Se necesita decirles a los tuyos lo mucho que los quieres. Cómo si olvidarás que lo acaba de decir,  y repetirlo hasta el cansancio. Hasta que ese amor que das sin condición. Regrese a ti. Y logres el mayor de todos los logros. Poder quererte tanto; como quieres a los tuyos.

Se necesita tanto para que esa cicatriz que ahora llevas. Sea el emblema de una batalla ganada. De una conquista personal, la más difícil de ganar. Que es tan profunda esa herida de guerra que no te mato, sólo te hizo más fuerte, más bonita, más capaz, más valiente, más resiliente,  más consciente.

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