Basta con escuchar
Para ser maestro de tu vida debes darle la espalda a tu público
Una noche de invierno, la luna llena. La gente llegaba con sacos de terciopelo, bufandas de seda, tacones. Zapatos boleados. La mayoria vestía de negro. Para asistir al evento de la orquesta sinfónica. Lo más puro cuando de hablar de musica se trata.
Las personas comentaban entre ellos la ubicación de los lugares, algunas personas se saludaban entre si, en estos encuentos genuinios. Hablaban en tono bajo en esta sala que imponía.
Con seguiridad, sin pretender nada más que escuchar y llenar el alma con algo que no tiene medida ni peso, pero que transforma el universo entero. La música.
En silencio, y unos minutos después salen los músicos. Se acomodan en sus sitios. No hay nada que sea casualidad. Todo tiene sentido. Todo está premeditado para que con esa formación el sonido viaje de tal manera que pueda llegar a conquistar cualquier alma que pueda estar dispuesta a escuchar. Pues basta con escuchar para poder transformar cualquier realidad.
El oido, la energía, la maestría. Cuando pones atención, identificas mejor los acentos y claro oscuros que tiene la vida. Estar alerta. Despierto y atento.
Los instrumentos se afinan para cordinar esfuerzos, corregir. Ponerle un punto antes de arrancar. Hacerse uno mismo con el instrumento.
Así, cada músico con su instrumento y con las historias ocultas. La relación y el tiempo invertido; las notas, los movimentos. Reescribir la historia y volverte a enchufarte con la vida. A través de algo más grande.
Y entonces sale el director. Le da la espalda al público para poder dirigir a la orquesta.
El director, este genio creativo donde debe adelantado esas milesimas de segundo puede con sus manos dibujar un universo. Donde conoce con maestria y seguridad qué, cómo y cuándo suena y cuales son los movimientos para hacer que suceda.
El maestro confía en cómo todas las partes saben hacer su trabajo. En lo diferente que son.
Con manos al aire, acaricia el viento. Lo envuelve. Se despeina, lo pica, lo reta. Se escapa por unos segundos de este plano con tan sólo estando a un escaño de distancia del piso.
Se trata de volar de imaginar, de soñar, de confiar. De romper el silencio. Ser un maestro de orquesta es adelantarse aunque sea por unos instantes los tiempos. Y saber que un silencio muchas veces, comunica más.
Un maestro sabe colocar los acentos donde van y hacer esperar al momento indicado de cada instrumento tenga su momento estelar. No se trata de que todo participe todo el tiempo, si no que cada instrumento tenga su espacio y su tiempo. Los acentos. Los tiempos, saber esperar.
Sin importar si se trata de cuerdas, o alientos o en las percusiones todo toca para llegar a tocar una armonía. Dónde trabaje el alma y se llegue a la calma. Y se pueda llegar a construir una emoción.
Ojalá pudieramos tener esos segundos de ventaja en la vida para saber qué es lo que se avecina. Pero la vida es cómo es. Sin avisos, ni ventajas. El arte está en disfrutar el ritmo de cada pieza. Es como realmente podermos encontrar la maestría en cada dia.
Basta con escuchar y tener el valor de subirte al escaño. Darle la espalda al público y saber que la unión de voluntades será lo que le dará la riqueza en los contrastes perfectos para despegar los zapatos del escaño y entonces si. Poder volar.