¿A quién impresionarías si el mundo se volviera ciego?

Bien lo decía Sabina, “serás todo lo guapa que quieras pero dime…¿si el mundo fuera ciego a cuánta gente impresionarías? Si antes ya vivíamos inmersos en el mundo de la imagen, en el de la foto, en el de las apariencias, ahora cumpliendo casi un año de haber iniciado la “nueva normalidad”, que es más normal que nueva, me parece necesario hacer un alto en seco; porque vivir de apariencias, no es vivir en realidad…  

Si nadie pudiéramos ver, dejaríamos de tapar mentiras de nosotros a nosotros mismos y aceptaríamos, pues curiosamente… si no tuviéramos el sentido de la vista, es cuando en otro sentido tendríamos mayor claridad. 

Nos olvidaríamos de tener la razón siempre y prestaríamos más tiempo a creer en las historias que nos hagan imaginar, y que nos transporten a universos llenos de verdad. 

No tendríamos vértigo a las alturas y nos atreveríamos a volar a nuestra altura, donde nos toca estar, más alto sin que nos importe nada… más que disfrutar el vuelo y sentir el aire en el pelo.

Nos presentaríamos y conoceríamos por historias de boca en boca, que con el pasar de los años; nos haríamos más heroicos o de menor tamaño, pero todo relacionado al tamaño de nuestro valor, de nuestros actos, de nuestro corazón.

-Me preguntó ¿cómo sería esa primera impresión?, ¿sería nuestra propia energía la que nos presentaría a los demás?, ¿llenaríamos un espacio o lo vaciaríamos? ¿nutrimos o destruimos? 

Si nadie pudiéramos ver, seríamos más sensibles para hacer notar lo que importa, lo que deja, lo de adentro, lo que no se ve; juzgaríamos menos y sin duda seríamos más libres.

Si nadie pudiéramos ver, se agudizarían todos los demás sentidos; y andaríamos más despacio, percibiendo los olores y las texturas que pierden proporción con la velocidad del día a día.

Refinaríamos más nuestras palabras, nos contaríamos cualquier comentario con más cuidado, con más elegancia, con más dulzura y nuestro vocabulario se expandiría como se expande el universo y sin duda tendríamos más tiempo de escuchar la respuesta sincera a un ¿cómo estás? de un desconocido.

Diríamos sin más prejuicios la verdad, pues no hay nada que ocultar cuando todo parece estar oculto ya, y el miedo desaparecería en gran medida pues no podríamos mirarnos al espejo y enfrentarnos a nosotros mismos preguntándonos esas preguntas profundas en donde difícilmente se encuentra la respuesta. 

Nos olvidaríamos de compararnos, que no es más que una enorme perdida de tiempo, nadie somos igual a nadie, ¿cuándo hemos visto a un pájaro compararse con un pez? Si cada quien esta totalmente capacitado para diferentes atmósferas. Compararnos nos debilita, nos quita una parte de nosotros y perdemos el propósito de nuestra propia existencia, se nos olvida que estamos completamente capacitados, con la mochila llena de nosotros mismos para poder cruzar cualquier camino, y además de cruzarlo, disfrutarlo. 

Navegaríamos los mares internos, y con las olas más grandes nos bastaría una mano para que nos guíe, o pensemos que nos guía, que nos sostiene; que nos abraza. Rezaríamos más.

Comeríamos con tanta atención que estoy segura que cada bocado sería una explosión de sabor, de originalidad, un viaje cucharada tras cucharada. 

Y la música sería algo similar a un viaje a la galaxia más lejana, o porque no a una galaxia muy cercana, dentro de nosotros, creando y vibrando cada nota en un sentimiento, construyéndonos, edificándonos. 

Los amigos se volverían tesoros a los que jamás quisiéramos enterrar, sin antes acabarnos todas sus gotas de felicidad, de esa esencia pura y convertirlas en miel que endulce nuestro existir.

Y los hijos… Aaaa!!! los hijos no serían diferente a lo que tenemos, pues están en la punta de cualquier escala de valor, pero si tendríamos más tiempo de jugar entre trenes y muñecas, de jugar a las sirenas y viajar a las copas de los árboles sólo con imaginarlo. O simplemente tendríamos mas tiempo de escucharlos.

Y los amores no los revolveríamos, tendríamos el tiempo de acomodar cada cosa en su lugar; seríamos más consientes de saber hasta donde dar y dejarlo ir si no te pertenece más, ¡y eso si! Estaríamos más atentos a escuchar al corazón gritar para hacernos saber cuando hay que y tirar las llaves si haz encontrado tu otra mitad. 

No ver no me parece tan malo, como ver y darlo todo por sentado. 


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Se llama Evolución